lunes, 18 de febrero de 2008

LA MAR DE OLORES

FABULA DE LOS QUE HUELEN AL AROMA DE OTRO

Después de entregarte a otra persona no hueles a la brisa que desprende las raíces de tu cuerpo, ni al calor, ni a la nieve. Después de entregarte a otra persona ya no desprendes el aroma de tu ropa, de tus sabanas, de tus piernas y tus brazos y tu cuerpo en flor. Este es el cuento de las personas que no huelen a si mismas, sino al aroma de otro. Del que se marcha o el que se queda. Pero del otro. Y como en un cuento de esencias perdidas, nada vuelve a ser lo mismo, se recicla y se deletrea con otras palabras, que no muertas sino palabras en coma, como palabras suspensivas, palabras en suspensión. Con los dedos de cobre, y desnuda en un lecho de rosas que se marchitan a casa segundo que transcurre. Y sola, mas sola que al principio. Como si el techo que me ciñe no fuese del blanco de mis ojos, ni del negro brillante que se contempló en ellos mucho antes, cuando era niña, una niña chiquita de esas que aun sueñan con grandes cosas. Y del negro brillante que puso la leña a un invierno ya pasado, cuando aun creía que existían los amores eternos, o eso parece, que van a perdurar mientras tú perdures, aunque sea a través de las cartas. Pero no, ya ni siquiera a través de las cartas. Porque no hueles a nadie. Y sola, mas sola que al principio. Y al principio, todos olemos a algo que no distinguimos. Porque es como nuestra sombra, que por muy pegada a nosotros que deambule, nunca la observamos porque es nuestra. Y ni siquiera es nuestra, porque se desdobla y se marchita como se rompen los besos. La sombra ¿la de nosotros? No, la del tiempo. Y los besos, del tiempo. Y el aroma del otro, para el tiempo. Y tu perfume, para el tiempo. Y todo lo que me dijiste, para el tiempo. Y todo lo que nos prometimos, para el tiempo. Y mis ganas y las tuyas, y el empeño, y los minutos esperando, el despertar a tu lado, la sonrisa al verme, la sonrisa de que me vieras y el calor, y sentir que me abrazabas, que me tenias y me guardabas dentro hasta la vez siguiente, tus te quiero. Todo para el tiempo. Y sé, he comprendido por qué ahora miro mi sombra, por qué mi vida es un poco peor que al principio. Porque ese punto alto fue más alto, y ahora, bueno, ahora solo quedan escombros y puntos es suspensión. Porque una de esas veces que me llevabas dentro, creí que te rompías, pero tampoco pretendíamos desatarnos, bueno, pues una de esas veces olías a ti y olías también a mas cosas. Olías a mi cuando era pequeña, olías a todas las cosas en que nunca reparamos pero siguen ahí, en nuestras vidas, sellándolo todo y empaquetando los paquetes en recuerdos. Pues ese olor, el que viaja dentro de los paquetes por el recuerdo, lo llevas encima como un abrigo de invierno. Y en ese instante deje de olerte para oler otra cosa, algo que había llevado sobre mi toda la vida. Mi olor propio, el de mis sabanas, mis brazos y mis piernas y mi cuerpo en flor. Lo llevabas puesto todos los días, a clase, al trabajo, con tu familia, bajo tu ropa. Mi olor viajaba contigo y veía cosas y lugares que yo aun no conozco, así que se adelanta a mi, mi olor, el que llevaste puesto. Y que alegría, descubrir que nos parecíamos mas a uno solo, que nos teníamos el uno al otro, que nos agarrábamos siempre el uno al otro. Como se agarra la poesía al tiempo, y el tiempo
arrastra los versos como olas, sacando a flote fugazmente, solo a veces, lo que quisiste escribir y muy pocos han comprendido. Y entonces hueles la mar, como llevabas oliéndola siempre porque no es mar, es tu cuerpo en la mar, en mitad de toda esa poesía y si nadas bien y no te ahogas, ese olor va quitándose el papel de embalaje para que lo guardes siempre dentro. Ese olor, tu olor. Pero me hundí, y lo siento, pero estoy sentada en lo mas profundo del océano, esperándote. Yo sé que lo tengo, esas cosas se saben pero ya no les damos importancia, porque se tornan banales, y ahora sólo queda tiempo en remojo, el tiempo de los demás. De los que no miran su sombra. De los que un día se agarraran a alguien, se lo pondrán encima y parecerán uno solo. Y les queda todo eso por delante y quizás mucho más, si se mantienen en la superficie aunque la poesía se hunda y se quede la mar a oscuras. Que qué miedo la soledad de uno solo, rodeado de olas como recuerdos y un mar que ya no es mar, sino tu olor propio, que ahora si reconoces, pero no viaja con nadie. Y todo rodeado de tiempo, mas tiempo.
¿Por qué no me lo dijiste? O mejor aún, ¿Por qué no me avisaste? De haberlos sabido, quizás me hubiera agarrado. Hubiese preferido no darme cuenta, no saber que lo tenía. Mi olor, el que solo viaja conmigo. Y me reprocha, me planta cara y me maldice. Y el tuyo no se encuentra, te lo llevaste a tu océano o al océano de otra persona. Mira lo que dicen. Que el cielo y el mar permanecieron unidos, juntos por universo infinito de tiempo, pero llegaron los hombre con sus manos de gigante y resquebrajaron el horizonte, abriendo con un puñal de plata una línea dorada de odio entre la poesía del firmamento y la bravura de los mares. Y que solo cuando el agua esta en calma, logra reflejarse la armonía del cielo. Otras no. Otras veces se rompe en gotas de lluvia y envía su aroma a las olas, como si una corriente melancólica quisiera hundirme por una vez, por dos veces, por tres veces. Y así, con la garganta embalsada de sal, lograra lanzar tu nombre al aire, que tampoco es tu nombre. Porque ya no sale de mis labios mientras trato de abrigarte, tenderte mi fuego, calmar tus ansias y hacerte nuevamente un hombre. Si todo se ha perdido, si ya no queda nada, encárgate tu solo de tallar la cruz, de cubrir con arena blanca y enterar nuestros sueños, nuestras vidas, nuestro olor. Súbete en lo alto de un libro donde de haya escrito una historia de amor parecida a la nuestra y empuja al vació todos los instantes que fueron solo nuestros. Que yo me pondré de rodillas para recoger los cristales rotos y esclarecer las noches hasta que logre olvidarte. Con el compás de los que lloran a sueldo, puedo fabricar un collar de lágrimas para mi cuello, refugiarme en un paraguas de dos personas las noches de invierno y cambiar el aire por el viento cuando me ahogue en esta tierra de cemento. Enclaustrada en una vasija de cristal empañado, sacaré brillo al espejo del que se ha adueñado tu rostro, como se adueña el alma de los edificios de esta tierra donde echaron raíces para crecer, abrirse al cielo y pronunciar la historia que los separa del infierno.